Recuerdo que cuando era niño llegamos a compartir un momento que en realidad parecía ordinario pero no lo era así ya que, entre los presentes que a pesar de ser desconocidos para mi, salvo mis familiares, gozábamos de alegría y de buen convivir. Y es que esa manera tan genuina en que nos relacionábamos entre todos no lo he vuelto a experimentar desde entonces: cada sonrisa, chistes, y abrazo, era algo que me decía mucho; y mas cuando se apareció de manera repentina aquella persona con ese gran pastel junto con un gran cuchillo listo para picarla y ofrecer desinteresadamente a cada quien su respectiva rebanada.
Y es que cosas esas era lo que hacia sobrellevar una situación tan incomoda y a la vez dolorosa para todos nosotros por lo que estábamos viviendo en medio de albergue provisional e improvisado -un estadio de baloncesto techado- habilitado por el gobierno tras el desastre por el huracán, que llego a acabar no solo con nuestros hogares y demás pertenencias sino también con la vida de varios de nuestros vecinos.
Ahora que ya ha pasado tiempo siempre tengo ese grato recuerdo porque me hace sentir esperanzado en que, a pesar de nuestra forma de ser, lo complejo o defectos que tengamos como personas siempre sale a relucir lo mejor que llevamos por dentro.
*Nota: publicado originalmente en Hive.blog.
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